26 de julio de 2011

Capitulo 4

Vi el sol entrar por mi ventana y entendí que empezaba un nuevo día, escuché los pasos del abuelo en la cocina preparando el desayuno navideño que nos hacía la abuela, me levanté y vi mi libro de tortugas, ya había planeado leerlo con tranquilidad esa tarde a la orilla del mar, sin que nadie me molestara, acompañada por el ir y venir de esas olas maravillosas.

El desayuno fue estupendo. Mis padres y mi hermano salieron después de eso a la feria del pueblo, Felipe estaba loco por comprar unos afiches de su banda favorita que ya había visto la otra tarde. Nos quedamos en casa con el abuelo, él afanando en su escritorio y yo esperando el momento preciso para escapar a mi burbuja marina.

Ya casi era hora del atardecer cuando tomé mi libro y me instalé frente al mar. Traía unas ilustraciones fantásticas, todo tipo de descripción sobre el cuidado que se les debe dar a estos animales que para muchos no son más que perezosos que se arrastran sin rumbo. Para mi son criaturas sabias, que conocen tan bien cada espacio de la tierra y el mar que serían capaces de recorrerlos una y mil veces con los ojos cerrados.
Se hacía de noche y vi entrar a la casa a mis padres con mi hermano y un centenar de bolsas de mercado. Me incorporé, tomé el libro, me despedí del mar y di media vuelta.

Mi corazón se detuvo por eternos segundos cuando entré a la casa. Sí, era EL, ese extraño que extrañamente me parecía tan gentil. EL.
Traté de pasar desapercibida, hasta que escuché mi nombre en voz de mi abuelo.

- Emilia, ven te voy a presentar a Lucas, este muchacho me ha ayudado en las labores de la casa desde que tu abuela nos dejó...
- Hola- dijo levantando levemente su mano izquierda y haciendo señal de saludo.
- Hola- dije aún en SHOCK.
- Venga, vamos al comedor que la cena está servida y no hay nada más desagradable que la comida fría...

No lo podía creer. EL, cenando, en la misma mesa.
Ocupó el puesto en frente mío, no fui capaz de levantar la cabeza y mirarlo, me sentía avergonzada sin razón de estarlo, no sabía que hacer.

- Emmi, ¿me pasas la ensalada, por favor?- mi mamá me hizo bajar de la nube a lo que reaccioné media aturdida. Cuando me di cuenta EL sostenía la fuente de ensalada junto conmigo, hubo un leve roce entre nuestros dedos al dejarla en la mesa. Me miró. Lo miré. Ambos sonreímos.

Capitulo 3

Navidad

Las navidades con mi abuelo tienen siempre un toque especial, algo que nos sorprende, nos emociona, algo que hace que esta fecha sea inolvidable.
Este año seremos 5 en la mesa. Es el primer año sin la abuela.
Recuerdo que le encantaba la Navidad, se esmeraba en planificar cada detalle, desde que adornos debía llevar el arbolito hasta los cubiertos para la cena de Noche Buena. Pero lo que más me gustaba compartir con ella en estas fechas, era la tarde de Víspera de Navidad, nos encerrábamos en la cocina por horas preparando el tradicional pavo al horno, un pastel de manzanas exquisito y por supuesto el infaltable cola de mono; mientras nos deleitábamos degustando cada una de nuestras creaciones podíamos hablar como grandes amigas, la abuela sabía todo lo que me pasaba. TODO. Eso es algo que en este preciso momento añoro con todas mis fuerzas, la abuela habría sido la primera en saber de aquel encuentro con aquel extraño en la playa. Extraño sus consejos, sus comidas, sus inolvidables historias. La extraño.
Esta Navidad se siente algo apagada, sin duda que todos lo notamos, pero nos esforzamos por esquivar los recuerdos y seguir adelante.

La hora de los regalos es siempre una especie de ritual, este año le toca a mi papá repartirlos, el primero es para el abuelo, un set completisimo de accesorios para su nueva y reluciente pipa, claro que es un regalo muy malo, según yo, porque el abuelo no dejará su antigua y roñosa pipa de los años 40 por nada del mundo, todos lo sabemos.
Para mi llegó un libro sobre tortugas, regalo del abuelo. El sabe el amor que le tengo a esas criaturas, me encanta la manera en que se mueven, como crecen y como se adaptan a terrenos completamente desconocidos. Sin duda, el regalo perfecto.

14 de julio de 2011

Capítulo Dos

No sé si fue esa luz tenue del atardecer o simplemente un efecto de mi imaginación, pero lo que estaba viendo en ese momento hizo que mi corazón se precipitara y que volviera el color a mis pálidas mejillas.
- ¿Te ayudo?- me decía mientras me extendía la mano. Bajé de mi nube en dos segundos y me incorporé de prisa sin prestar atención a su pregunta.
- A Elvis le encanta correr por la playa...- de pronto me di cuenta que aún no lograba captar lo que me estaba diciendo.
-¿Como?- pregunté como si estuviese recién despertando de un profundo y maravilloso sueño.
- Elvis, mi perro, siempre que lo traigo a la playa lo dejo correr libremente, es como una forma de liberar tensiones...
Seguramente mi rostro estaba totalmente descompuesto, ya que de un momento a otro este "extraño" detuvo su relato y algo preocupado me preguntó si todo estaba bien.
-Si.Todo bien.
- Que bien, me llamo Lucas... ¿tu?
Me temblaron las piernas como dos sogas maltrechas, traté de parecer lo más normal posible y concentrarme en nuestra conversación.
-Emmi.
- Y...¿Vives por aquí?
- Mi abuelo, su casa es la de aquella colina, vengo a pasar el verano.
- Que bueno. Me tengo que ir, nos vemos Emmi.
La manera en que pronunció mi nombre, como esbozando una sonrisa, hizo que todo en mí se congelara. No fui capaz de pronunciar palabra alguna, solo respondí con un gesto de aceptación y vi como aquel "extraño", que extrañamente me había parecido tan gentil, desaparecía de mi campo visual.

13 de julio de 2011

Cuando te miro asi

Capítulo UNO

Verano 2009

Diciembre

Mis padres, una vez más, me han obligado a viajar con ellos; no sé si es una clase de tortura o es que aún no entienden que uno debe volar del nido. Para terminar de aniquilar mi vida, tengo que compartir seis horas que lleva el trayecto hasta la casa del abuelo Pedro con el odioso de mi hermano menor, que vendría siendo como el Presidente de la Asociación de Nerd del Mundo. Es verdad que adoro la idea de pasar el verano en la casa del abuelo, pero según yo, ya es tiempo de hacerlo sola.
La casa del abuelo, el papá de mi mamá, es impresionante. Además de ser una casa muy rustica tiene un porche maravilloso, con vista al mar. Recuerdo que cuando era pequeña me pasaba horas sentada ahí, mirando el mar, viendo el atardecer y disfrutando de todas las cositas dulces que me preparaba la abuela Marta, obviamente que el abuelo Pedro me acompañaba, fue en esos momentos donde me contaba las historias de como se habían conocido con la abuela, de lo difícil que había sido criar a siete hijas y verlas crecer hasta que cada una formó su propia familia.
Sin embargo, después de la muerte de la abuela esa casa perdió brillo, pero el porche siguió allí y me esperaba cada verano para que viéramos juntos las maravillas del mundo marino.

Al entrar al pueblo, como siempre, mi mamá con esa voz de advertencia tan característica y dándose vuelta para mirarnos fijamente nos decía por décima vez que no habláramos de la abuela mientras estuviésemos en la casa, ya que el abuelo se ponía muy triste y le venía una pequeña descompensación...

El portón de la entrada estaba abierto, como quien espera nuestra llegada. Mi papá se estacionó frente a la casa y mientras nos bajábamos vimos al abuelo salir a paso lento y apoyado de un bastón, dejé todas mis cosas en el suelo y corrí a abrazarlo.
-¡Abuelo!- grité mientras me lanzaba sobre él, para abrazarlo fuertemente. Aún tenía ese olor a tabaco y recuerdos que siempre lo caracterizó.
- Mi niña preciosa, que grande estás, parece que fue ayer cuando aprendías a caminar a patita pelada por la arena.
Según lo que me han contado, el abuelo me enseñó a caminar en esta playa, seguramente desde ese entonces tengo un vínculo especial con este lugar.

Antes de la hora del té fui a dar una vuelta por la playa, para intentar desconectarme del mundo real y así poder empezar a disfrutar de mis ansiadas vacaciones. Me senté en el mismo lugar de siempre y me dispuse a mirar el horizonte que ocultaba los últimos rayos de sol. Sin embargo, toda esa quietud que me entregaba el mar se vio abruptamente opacada cuando los chichones ladridos de un perro se dirigían a mi, me levanté rápidamente de la arena y miré en todas direcciones buscando al dueño del animalito, pero nadie aparecía, un poco más calmada comencé a hacerle cariño, a lo que este respondió moviendo felizmente su colita.
Ya habíamos tomado confianza cuando sentí la presencia de algo extraño, levante algo atemorizada mi cabeza y lo vi a ÉL.