El desayuno fue estupendo. Mis padres y mi hermano salieron después de eso a la feria del pueblo, Felipe estaba loco por comprar unos afiches de su banda favorita que ya había visto la otra tarde. Nos quedamos en casa con el abuelo, él afanando en su escritorio y yo esperando el momento preciso para escapar a mi burbuja marina.
Ya casi era hora del atardecer cuando tomé mi libro y me instalé frente al mar. Traía unas ilustraciones fantásticas, todo tipo de descripción sobre el cuidado que se les debe dar a estos animales que para muchos no son más que perezosos que se arrastran sin rumbo. Para mi son criaturas sabias, que conocen tan bien cada espacio de la tierra y el mar que serían capaces de recorrerlos una y mil veces con los ojos cerrados.
Se hacía de noche y vi entrar a la casa a mis padres con mi hermano y un centenar de bolsas de mercado. Me incorporé, tomé el libro, me despedí del mar y di media vuelta.
Mi corazón se detuvo por eternos segundos cuando entré a la casa. Sí, era EL, ese extraño que extrañamente me parecía tan gentil. EL.
Traté de pasar desapercibida, hasta que escuché mi nombre en voz de mi abuelo.
- Emilia, ven te voy a presentar a Lucas, este muchacho me ha ayudado en las labores de la casa desde que tu abuela nos dejó...
- Hola- dijo levantando levemente su mano izquierda y haciendo señal de saludo.
- Hola- dije aún en SHOCK.
- Venga, vamos al comedor que la cena está servida y no hay nada más desagradable que la comida fría...
No lo podía creer. EL, cenando, en la misma mesa.
Ocupó el puesto en frente mío, no fui capaz de levantar la cabeza y mirarlo, me sentía avergonzada sin razón de estarlo, no sabía que hacer.
- Emmi, ¿me pasas la ensalada, por favor?- mi mamá me hizo bajar de la nube a lo que reaccioné media aturdida. Cuando me di cuenta EL sostenía la fuente de ensalada junto conmigo, hubo un leve roce entre nuestros dedos al dejarla en la mesa. Me miró. Lo miré. Ambos sonreímos.