13 de julio de 2011

Cuando te miro asi

Capítulo UNO

Verano 2009

Diciembre

Mis padres, una vez más, me han obligado a viajar con ellos; no sé si es una clase de tortura o es que aún no entienden que uno debe volar del nido. Para terminar de aniquilar mi vida, tengo que compartir seis horas que lleva el trayecto hasta la casa del abuelo Pedro con el odioso de mi hermano menor, que vendría siendo como el Presidente de la Asociación de Nerd del Mundo. Es verdad que adoro la idea de pasar el verano en la casa del abuelo, pero según yo, ya es tiempo de hacerlo sola.
La casa del abuelo, el papá de mi mamá, es impresionante. Además de ser una casa muy rustica tiene un porche maravilloso, con vista al mar. Recuerdo que cuando era pequeña me pasaba horas sentada ahí, mirando el mar, viendo el atardecer y disfrutando de todas las cositas dulces que me preparaba la abuela Marta, obviamente que el abuelo Pedro me acompañaba, fue en esos momentos donde me contaba las historias de como se habían conocido con la abuela, de lo difícil que había sido criar a siete hijas y verlas crecer hasta que cada una formó su propia familia.
Sin embargo, después de la muerte de la abuela esa casa perdió brillo, pero el porche siguió allí y me esperaba cada verano para que viéramos juntos las maravillas del mundo marino.

Al entrar al pueblo, como siempre, mi mamá con esa voz de advertencia tan característica y dándose vuelta para mirarnos fijamente nos decía por décima vez que no habláramos de la abuela mientras estuviésemos en la casa, ya que el abuelo se ponía muy triste y le venía una pequeña descompensación...

El portón de la entrada estaba abierto, como quien espera nuestra llegada. Mi papá se estacionó frente a la casa y mientras nos bajábamos vimos al abuelo salir a paso lento y apoyado de un bastón, dejé todas mis cosas en el suelo y corrí a abrazarlo.
-¡Abuelo!- grité mientras me lanzaba sobre él, para abrazarlo fuertemente. Aún tenía ese olor a tabaco y recuerdos que siempre lo caracterizó.
- Mi niña preciosa, que grande estás, parece que fue ayer cuando aprendías a caminar a patita pelada por la arena.
Según lo que me han contado, el abuelo me enseñó a caminar en esta playa, seguramente desde ese entonces tengo un vínculo especial con este lugar.

Antes de la hora del té fui a dar una vuelta por la playa, para intentar desconectarme del mundo real y así poder empezar a disfrutar de mis ansiadas vacaciones. Me senté en el mismo lugar de siempre y me dispuse a mirar el horizonte que ocultaba los últimos rayos de sol. Sin embargo, toda esa quietud que me entregaba el mar se vio abruptamente opacada cuando los chichones ladridos de un perro se dirigían a mi, me levanté rápidamente de la arena y miré en todas direcciones buscando al dueño del animalito, pero nadie aparecía, un poco más calmada comencé a hacerle cariño, a lo que este respondió moviendo felizmente su colita.
Ya habíamos tomado confianza cuando sentí la presencia de algo extraño, levante algo atemorizada mi cabeza y lo vi a ÉL.

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